Escucho a un colega por radio, el periodista Ernesto Tenembaum. Él está planteando el nivel de grosería que se usa en la arena política desde los más altos representantes o gobernantes nacionales hasta el vulgo popular de la sociedad donde, gracias a este nivel de agresión generan separaciones de amigos, de familiares y hasta que denota un quiebre en la sociedad toda.
Desde “tilingo” que puede significar ser un tonto, un cursi, un pedante hasta insultos que directamente incluyen donde guardar artefactos en el cuerpo humano del contrincante, son hoy moneda corriente en el lenguaje que baja desde quienes tienen la responsabilidad representar el pueblo. Y puede haber algún descuidado que sostenga: “pero representan bien al pueblo porque hablan como habla el pueblo”. Si me remito a la teoría de que “nada nuevo se puede decir porque todo se ha dicho, y que todo es marcha y huella, en palabras de Eliseo Verón” que un millón de moscas coma caca no significa que no están equivocadas o qe sea bueno. El hecho es que se descargan con toda su fuerza las peores palabras y sentimientos sobre los demás, GRATUITAMENTE y sin sentido alguno.
Es hora que volvamos al diálogo y el respeto al que piensa diferente. No podemos darnos el lujo de hablar con tanta violencia que sólo genera división y pelea. Me resisto a que así sea porque ya perdí demasiados amigos, que por pensar diferente ya no nos vemos, no nos comunicamos y no tenemos (¿…?) ganas de vernos. Es un mal tremendo el haber suscripto a un lenguaje que tuvo significado cultural hace más de un siglo y que se lo levante, hoy, como bandera de una lucha que no es nuestra. Esto es una riña que en la que nos metieron de prepo. Y me puedo equivocar, pero yo sé que no es mi disputa, no es mi pelea, y no es mi lucha. El renacer ideológico al que nos obligan a ir no es más de lo que muchos vemos como aquellas viejas peleas de trincheras de los años 60s, pero remixadas, aggiornadas y actualizadas por la fuerza.
Hagamos un trato de buen trato. Basta de palabrerías que nos ofenden por pensar y por hacerlo distinto. Como decía Tenembaum, que un fallo judicial sea para querer hacerle mal a alguien bueno, o es una porquería porque no acuerda a lo deseado, no es democrático, es una vil manera de manejar la opinión de los demás. No somos víctimas y victimarios, somos responsables de nuestras acciones y en democracia tenemos que aceptar al otro, tal y como el otro es. Porque de eso se nutre la democracia, de la real diversidad y aceptación de lo distinto a uno mismo. La política es saber escuchar, hablar con moderación y responsabilidad, trabajar hasta la extenuación por lograr consensos y acuerdos, entender al que piensa diferente que uno, al que tiene otros puntos de vista diferente al propio, y no demonizarlo. La política es y debe ser espacio para la tolerancia, el civismo, las buenas maneras y la educación. Y por supuesto para la crítica respetuosa y cuidando unas mínimas formas.
Más aún, si hablamos de personas que confiesan ser creyentes, de guardar una fe férrea a Dios. El discurso bélico nos está ganando y no somos adeptos a ese discurso, sino que fuimos comprados por el discurso de aquel que amó tanto que dio a su Hijo para que todo aquel que en él crea tenga vida eterna. ¿Y por qué?… Porque Dios es AMOR!!! Dejemos de lado el hablar de niños y convirtámonos en adultos, conocedores del amor de Dios y seamos responsables en nuestro hablar. ¿Permiso para insultar? ¡DENEGADO!