¿Qué le pasa a mi generación?

Estaba leyendo un artículo publicado por el diario Clarín de Argentina, mi país. El mismo habla de los valores de la sociedad respecto al aborto, el divorcio, la pena de muerte, conceptos que dividen al creyente porteño. 

El copete de la nota reza lo siguiente: “Una amplia mayoría profesa la fe en un Dios único. Muchos respaldan el aborto y la pena de muerte. El divorcio parece haber quedado ya fuera de discusión. La generación menos creyente es la de los 30 años.”  

… los resultados más polémicos se vinculan a un tema que los sociólogos vienen planteando desde hace tiempo: el acelerado proceso de secularización que se evidencia en la sociedad. Al indagar sobre la vigencia de posiciones o convicciones que, según recita el imaginario popular, estarían reñidas con cualquier adhesión religiosa, encontraron que el 87% de los encuestados está de acuerdo con el divorcio; que el 63% está a favor del aborto; que también está de acuerdo con el aborto el 55% de los creyentes; y que el 51% de todos los encuestados respalda la pena de muerte. Una proyección de esas cifras revela que el 68% de los creyentes está a favor del divorcio y que el 40% de ellos avala la aplicación de la pena de muerte. La generación menos creyente, según la encuesta, es la de los treintañeros, entre quienes el porcentaje de los que creen en Dios cae al 65%. A la inversa, la fe aumenta cuando la edad avanza. 

Me preguntaba en qué creen los que no creen y por qué se da en mi generación, que los que creen lo hacen a medias. Los treintañeros argentinos somos la generación de los hijos de desaparecidos a causa de la persecución ideológica que el Estado, gobernado por mandos militares y de facto, perjuró a quienes veía como amenaza nacional: mayoritariamente estudiantes universitarios o personas vinculadas al pensamiento académico. También somos la bisagra del pensamiento postmoderno, los primeros en intentar pensar fragmetadamente y segmentadamente. Creemos a medias porque según la visión modernista no vemos el conjunto, o quizás lo veamos y nos quedamos con la parte que mejor nos cae. ¡Qué sé yo! Si estoy del lado de los que tienen una fe y convicción profunda. 

Hace unos años conversaba con un reconocido pastor y maestro, director del Seminario Bíblico de Fe, Milton Pope. Él me comentaba de estas cosas y sostenía que aquellos que son mi generación y además segunda y tercera generación de cristianos, vamos diluyendo el Evangelio. Producto, quizás, de habernos olvidado de la escuelita dominical y no haber profundizado en las Escrituras. ¡Vaya uno a saber! Pero impacta y mucho. 

Quiero con esto decir, no estoy de acuerdo con el aborto, ni con la pena de muerte. La vida la da Dios y es el único que la quita, el resto es una invención del hombre apartado de Dios. El divorcio no es un fin en la vida, sino que es la desgracia de dos personas que no entendieron el plan de Dios para sus vidas. Siempre hay una posibilidad de hacer funcionar las cosas si verdaderamente nos ponemos bajo las manos de Dios, solo que no siempre estamos dispuestos a sobrellevar lo que significa ponernos en manos de Dios. Afloran los orgullos personales y dejan de lado la visión de Dios. 

Soy treintañera y pertenezco al sector que cree en Dios, por medio del sacrificio de su Hijo Jesús.

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