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Hace unos días comenté que soy una persona difícil de tratar y que lo soy desde que nací. Las imposiciones autoritarias me dan alergia, me espantan y me hacen retraer como si fuera una tortuga en su caparazón.
Desde adolescente diversas personas me enseñaron que el cristianismo es más que una religión seca y sin vida, sino que es una cuestión relacional. Sí, de relaciones. De relacionarnos con Dios. De interés de unos por los otros. Por eso, quizás, me molestan las posiciones de rigidez y autoritarismo. A quienes he liderado les pasa igual, algunas cosas se transmiten por influencia y otras por naturalidad.
Me gusta escuchar a quienes están a mi alrededor. Me gusta pasar tiempo con mis amigos, para poder escucharlos hablar. Me gusta invertir el tiempo en quienes están bajo mi liderazgo para conocer sus inquietudes. Me gusta que mis líderes hagan lo mismo conmigo. Doy gracias a Dios por tenerlos siempre dispuestos a oírme y prestar atención en todo lo que digo. No tengo todas las respuestas, ellos tampoco las tienen. No soy quien para tomar decisiones por otra persona, ellos tampoco deben hacerlo por mi. No puedo imponerle a nadie mi parecer como una versión humana de la voluntad de Dios. Tampoco me gusta que lo hagan conmigo. Como todo ser humano, quiero que me escuchen, a mi esto me ayuda a caminar con Dios.
Estoy comprometida en la formación de un liderazgo sano, para una juventud aún más sana.