¡No! No voy a hablar de los hombres. Ni de esas parejas tan desparejas. Voy a hablar de las personas en general que detentan estas cuasi particularidades en algún momento de la vida. En las redes sociales todo se exacerba. Se agranda. Se hace mas denso y más visible. Todo se presta a confusión. Estamos atravesados por el “buen pasar” del otro sin detenernos a pensar que otros piensan eso de uno: que la estás pasando bien. Cuando en realidad todo es una fachada.
En las relaciones interpersonales las demandas de atención y/o afecto denotan una inseguridad a trabajar desde ambos lados de la relación. El que señala y el que adolece de algo o de alguien. Y si lo pensamos bien, ambas partes señalan y adolecen. Y como dice mi mamá, “en un problema hay siempre un 50 y un 50 de responsabilidad” lo que en otras palabras se dice: “cuando uno no quiere, dos no pueden”.
Afectivamente irresponsable
Las discusiones en las redes sociales tienen mucho de esto. Una irresponsabilidad enorme en aquello que se dice o se responde que denota carencia de afecto. ¡Claro! Más aún cuando estas discusiones se dan con desconocidos con quienes sólo confrontamos por una milésima de segundo en que nos cruzamos y seguro nos provoca reacción su expresión tan opuesta a mi pensamiento. Pero a veces somos absolutamente irresponsables en lo afectivo con quienes sí conocemos. Acariciamos tanto nuestro ego, o como lo llaman en Noom —una app que uso para coachearme en vida saludable— “el elefante que llevamos dentro”. Ese que se devora todo lo que encuentra en su camino: comida, pensamiento, persona y hace desastres por doquier.
Confieso que me enoja profundamente cuando alguien cambia el tema de un posteo para quejarse y sacar otro tema que no tiene nada que ver con el propuesto en la publicación (cuando lo hace apropósito, muchas veces puede suceder que se haga por despiste). Y confieso que también lo he hecho. Pero estamos hablando de papas y viene alguien a hablar de porocompitos fermentados debajo de un puente —en memoria de Mariano M.R. (frase acuñada por un amigo que ya no está). Como me pasó ayer, en un pedido de oración por una persona que está entre la vida y la muerte, alguien hizo una pregunta un tanto capciosa. La respondí como caminando en un hilo de acero cruzando el Niágara en bicicleta —¡Gracias Juan Luis Guerra por tan linda ilustración! Luego de mi respuesta lo hizo el hijo de la persona afectada desde una postura más visceral pero con una altura intelectual que no hubiera tenido yo en su lugar. Y el que hizo la pregunta le sacudió una respuesta de lo más infantil. ¡Sí, afectivamente irresponsable! Más tarde se supo que el que hizo la pregunta desconocía que el que le respondió era hijo de la persona con su vida en vilo. Pero de igual manera, una respuesta muy desacertada.
Sentimentalmente inmaduro
Yo creo que un poco de eso hay en las redes sociales y en la sociedad en general. Las demandas rondan en esta característica poco feliz. La inmadurez de todo me tiene que satisfacer a mí. Si yo no lo tengo el otro me lo tiene que dar, porque esa persona sí tiene lo que yo no. Y una demanda que se vuelve profunda en círculos sociales donde hay personas muy carentes. En especial de lo material, pero fundamentalmente en lo sentimental. Se recrean para sí escenas de telenovelas que protagonizan con una estelaridad —no sé si existe la palabra pero me gustó— que da miedo.
“Hice una pregunta que requiere una respuesta madura y la tuya no lo es” ¡WOW! ¿y quién define qué es la madurez o la inmadurez en una respuesta? Te puede caer mejor, ajustarse a tu forma de vida y de pensamiento, pero ¿inmadura?… ¡No, no me estoy contradiciendo con el párrafo anterior! Estoy hablando de evaluar mi propia postura frente a la que juzgo como deferente a la mía. Y quizás aquí entre la última oración del título de este artículo: Emocionalmente infantil. Como característica de ese todo, ese contexto, que se lee a través de las palabras, los gestos y las acciones.
Emocionalmente infantil
Aquí debería citar a algún psicólogo para que nos explique qué son las conductas infantiles, aquellas que denotan algún retraso madurativo. Se trata de personas que llegan a la adultez cronológica sin haber dominado los elementos centrales del funcionamiento emocional adulto. Por ejemplo, los adultos se mantienen en calma mientras que los niños tienden a irritarse con mayor facilidad. Los adultos ejercen juicios cuidadosos antes de hablar, mientras que los niños tienden a decir palabras hirientes y sin tacto de maneras impulsivas. ¡Suenan sirenas por todos lados! Suelo irritarme compulsivamente con publicaciones en las redes sociales y contesto cualquier cosa, sin pensar. ¡Ya sé! Me pasa sólo a mí.
Hay un decálogo que ayuda a señalar la inmadurez emocional, pero no soy psicóloga y quizás escriba de esto en otra oportunidad. Sin embargo quiero traer uno sólo de esos 10 puntos. Insultar: Los niños se insultan entre sí. Los adultos buscan entender los problemas. Los adultos no hacen ataques ad hominen, esto es, ataques a las características personales de la gente. En su lugar, atacan el problema. No le faltan al respeto a los demás con etiquetas groseras. Hay una excepción. A veces los adultos tienen que ser como bomberos enfrentándose a incendios forestales, tienen que atacar el fuego con fuego. Tal vez tengan que usar «fuego» para controlar a un niño enojado o a un adulto que se está sobrepasando para hacer que detenga su mal comportamiento. Es como propinar una trompada en sentido contrario a un trompo para que se detenga… no le veo efectividad alguna, aunque lo he hecho —me reservo los resultados.
Estas características las he visto con mucha más frecuencia de lo que me gustaría. Y las protagonicé muchas más veces de las que confieso. Seguro que en los últimos 15, 16 o 17 años, desde la proliferación o surgimiento de Facebook y otras, mi conducta ha cambiado. Antes podía pasar horas y horas pensando argumentos, y ataques lingüísticos para responder a aquello que me incomodaba. Y hoy trato de pasarlo por alto. Sobretodo si la persona que está publicando es alguien a quien estimo. No me gusta lo que dice, trato de no hacerme cargo y no reaccionar a su publicación. Sobretodo porque hay una tendencia a sacarse los ojos por ideologías políticas, o personalidades políticas que si tuvieran que hacerlo por nosotros no se inmutarían.
Debemos… o mejor dicho, nos debemos, como sociedad, evaluar nuestros niveles de agresividad, de falta de afecto, sentimiento y emoción, digamos “EMPATIA” para tratarnos unos a otros. Especialmente cuando no conocemos a quién está del otro lado. Ese a quien podemos decirle cualquier cosa porque no le vemos la cara y su reacción. Lo importante es poder escucharnos y ponernos de acuerdo, aunque pensemos diferente. Pero no herirnos, ni permitir que las diferencias abran surcos y nos distancien.
Lizzie Sotola