Cataratas de recuerdos se me arremolinan en la mente y en el corazón. Mi adolescencia, mi formación académica, mis compañeras y compañeros de aventuras divertidas, cantidad de vivencias enraizadas. Personas que hacían 25 años que no veía, personas que ví y no reconocí, personas que traté de recordar para buscar y no lograba pensar en una sóla de ellas. Las aulas, los pupitres… fuimos al último aula que usamos. Automáticamente fui hasta el banco donde me sentaba hace 25 años y allí deposité mi mochila, busqué un adminiculo de la cámara de fotos y acomodé mis cosas. No fui consciente que hice aquello de manera automática y consciente cuando entré.
Es increíble como guardamos en algún recóndito lugar tantos recuerdos, tantas risas, tantos esfuerzos, algunas lágrimas, algunos amores, amistades que son eternas.
¡El profe! Henry Steven. Llegó corriendo, como siempre. Sobre la hora, como siempre. Con las manos llenas de cosas para darnos, como siempre. Esta vez con un montón de bonos que compró en nombre de todos pero que no aceptó que se lo paguemos, déjame decirlo ¡COMO SIEMPRE!
Cuando supe que este festejo sería el mismo día de mi cumple, dije y me dije: no, no voy. Después el mismo Henry fue quien me dijo: “Vení y te lo festejamos”… me reí, pero me gustó la idea. En realidad, ya me había picado el bichito de volver. De encontrar aquella adolescente que fui. Reencontrarme con la gente con quienes compartí cinco preciosos años de crecimiento, de formación, de alegrías, de la mejor época de la vida. En un lugar emblemático para todos nosotros: El Castillo, como llamamos a nuestra amada escuela.
No me esperé tanta historia, aunque la añoraba. Conversaciones cómplices. Todo en tan poco tiempo. ¡Fui feliz en los 80s cuando era adolescente! ¡Soy feliz hoy, ya siendo adulta!