¿Alguna vez te viste reaccionando como una persona de menos edad de la que tienes y específicamente como un chiquillo caprichoso?… ¡Las veces que me pasó! Sobretodo cuando discuto algo desde mi ímpetu y no desde el raciocinio. Hace unos años salimos de vacaciones con dos de mis amigas. Las dos menores que yo. De siete y nueve años menores que yo, respectivamente. La discusión era que no había cheesecake en el pueblo donde estábamos. El cual es una colonia alemana y donde se podía encontrar strudel de manzanas, pero no la típica torta estadounidense que en realidad es de origen greco-romano. Era un berrinche tras otro porque no había cheesecake. Y otro berrinche mío para responder uno tras otro porque me enojaba el enojo y frustración por la falta de la preciada torta. “¡Pero hay strudel de manzana!”, solía responder con exasperación sin razonar que aquellas amigas estaban jugando con mi paciencia.
Una de ellas había hasta tomado una postura de nena malcriada, chiquilina y caprichosa. Yo no lo podía entender. ¡Metía la mano en mi plato de comida! No importaba dónde estuviéramos y con quien, ella tomaba sus cubiertos y picoteaba de mi plato. ¡A mí me ponía de muy mal humor! Se lo dije y me respondió algo así como “estamos en familia, no tengo que actuar como adulto todo el tiempo”. Me enfureció tanto porque, ella no lo decía pero, yo sabía que se estaba poniendo de novio con el que hoy es su esposo y padre de sus hijas.
Me voy a centrar en mi persona. Yo no podía razonar que era un tiempo de distensión. No podía entender que eran dos inmaduras pidiendo cheesecake en una villa alemana o bávara, como es Villa General Belgrano. Me enojaba tanto como otra chiquilla caprichosa. ¡Gente asumamos que no hay cheesecake y listo! Y si no lo quieres asumir está bien, sigue tu camino buscando en los lugares equivocados.
La Biblia habla de las conductas en muchos pasajes, pero me quiero detener en 1era Corintios 13:11-12. Dice: “Cuando era niño hablaba como niño, pensaba como niño y razonaba como niño. Pero ya de adulto, dejé de comportarme como niño. Sucede lo mismo con nosotros. Ahora vemos todo como el reflejo tenue de un espejo oscuro, pero cuando llegue lo perfecto, nos veremos con Dios cara a cara. Ahora mi conocimiento es parcial, pero luego mi conocimiento será completo. Conoceré a Dios tal como él me conoce a mí.” (versión PDT —Palabra de Dios para Todos).
Dejar la conducta de niños Inicié el año con la idea de generar cambios en mi peso corporal y me topé con un sistema que va más allá de la mera pérdida de peso. Es una propuesta integral de cambio de estilo de vida. Confieso que muchas veces dudo si voy a lograrlo o no, pero por el momento sigue siendo desafiante. Y ya me advirtieron que vendrán tiempos peores, donde quiera dejar todo y volver a mi forma desordenada de vivir. Lo interesante es la reeducación de mis hábitos, los buenos y los malos.
Parte de esa conducta de niños también es la voracidad oral, y el comer problemas para generar otros problemas. Esa intolerancia a la frustración que no nos permite avanzar en la vida. Sino que nos ancla y nos hunde en un metro cuadrado de arena movediza. La voracidad es un deseo vehemente, impetuoso e insaciable que excede aquello que el ser humano necesita, y lo que el objeto es capaz y esta dispuesto a dar. Y constituye un exceso: Comer desmedidamente. Obsesionarse con un postre que es imposible de tener en determinado momento.
Dejar de hacer cosas de niños también es dejar de lado el cheesecake o el strudel y quedarme con la manzana verde, porque es lo más conveniente a mi salud. Sabiendo que de vez en cuando puedo darme un gustito con moderación. También es elegir no enojarme porque mis amigas no pueden asimilar que en una villa bávara no hay pasteles greco-romanos. ¡Y dejar de enojarme cada vez que me acuerdo de aquellos berrinches! jaja… (la historia terminó en que hablamos las tres y nos reímos de lo irracional que se había vuelto toda la convivencia. Nos pusimos de acuerdo y ejercimos empatía para todos lados).
Me sorprende que a mis 51 años me vea con algunas características de conductas de la infancia. Quizás cuestiones a trabajar conmigo misma. Pero a la vez, también me hacen pensar en que necesitamos ser como niños para entrar al Reino de Dios. Y es ahí donde distingo las conductas de las actitudes. Porque se puede sensibilizar actitudes para entender con simpleza la vida que Dios nos plantea. Y se pueden corregir las conductas infantiles que nos anclan a nuestros primeros años de vida. ¡Ahora vemos todo como el reflejo tenue de un espejo oscuro, pero cuando llegue lo perfecto, nos veremos con Dios cara a cara. Ahora mi conocimiento es parcial, pero luego mi conocimiento será completo. Conoceré a Dios tal como él me conoce a mí!
Que nuestros egoísmos, regresiones momentáneas, nuestra falta de crecimiento, el apego a lo infantil… no caractericen nuestra conducta adulta. Y que nuestra adultez no nos inhiba para disfrutar como los niños del cuidado de Dios como Padre Celestial. Que lo lúdico sea parte de nuestra adultez, que riamos y disfrutemos como personas infantes, siendo adultas.