Quizás si sólo leemos la frase del título: «¡La última palabra!» nos remitiría a “Fue lo último que dijo” o a alguna declaración lapidaria que cierra la conversación. ¡Y listo, ya no hay nada más que decir! También puede hacer referencia a una persona que dejó de vivir y queda flotando en el aire lo que dijo antes de fallecer. ¡Andá a saber! Pero el sentido que le deja el humorista en esta viñeta llama mi atención.
—Siempre, te querés quedar con la última…
—palabra.
Quizás porque muestra cómo somos. Cómo sentimos. Cómo pensamos. Cómo son algunas parejas o cómo actúan algunas personas. Y esto de quedarse con la última palabra tiene dos vertientes. La primera del “tengo la razón y por eso me quedo con la última palabra” o “me dejaron con la última palabra porque ya no se puede dialogar conmigo”.
Tener la razón y quedarse con la última palabra te puede dejar con la sensación de “¡tomá, te gané!” pero también de una soledad intolerante absurda. Porque no se reconoce la voz de alguien más. No se da lugar a otras voces. Que te dejen con la última palabra tiene un sabor amargo putrefacto. ¡Te dejaron solo! ¡Yastá! No tenes vuelta atrás. No hay después. No hay oportunidad. No hay remate posible.
Vivimos un poco así ¿no? Sin escucharnos, sin darnos la oportunidad de dialogar y tratar de entender dónde está parada la otra persona. Necesitamos construir diálogo. Escucharnos. Pensar juntos. Dejar de poner piedras en el camino del otro, o en el propio por no querer allanar los desniveles. ¡Sí! Nos puede pasar que no tenemos tiempo. Pero en realidad perdemos más tiempo no dejando hablar que escuchando. Estamos demasiado ansiosos, acelerados yendo a ninguna parte sin nadie a los costados.
No procures tener la última palabra, te desafío a tener más espacio de escucha y de diálogo.