La vida pasa entre aguaceros y panecillos calientes

El olor a pan recién horneado me hace pensar en algunas mañanas de lluvia, y café con leche. Ese olor que penetra todo lugar donde te encuentras y piensas que algo te hizo regresar a la edad de los juegos infantiles y las tortas de chocolate.

Así se siente cuando vistas a los abuelos. Todo está en su lugar aunque ese no es el lugar donde siempre estuvieron, ni es el país, ni jamás estuviste allí en tu infancia… ni siquiera hubo panecillos calientes.

Tu abuelo siempre fue el héroe que todo lo podía y sabías que su fuerza no se debilitaba jamás. Sus asados son los mejores, su gusto por la música es la que de alguna manera heredaste. Su manera de ver la vida es la que extrañas cuando estás lejos y piensas mucho en ella cuando estás cerca.

Tu abuela no es la viejecita dulce de los cuentos, porque ese papel le queda muy irreal, pero es esa mujer dulce que sabe como apacentar las aguas cuando el río de la vida viene revuelto.

La verdad es que ellos no son mis abuelos de sangre, pero lo son y lo serán por toda la vida. Tampoco es que estoy oliendo a panecillos calientes, pero hay un aguacero bravío que me hizo pensar en todas estas cosas.

La vida es una estación en la eternidad a la que hay que llegar preparados para poder recoger de ella lo mejor y saber dejarle una herencia que va más allá de las historias genéticas. Hay que dejar huellas en las personas y ayudar y dejarse ayudar para ser feliz.

31 de Mayo de 2006

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