Cuando era chica también soñaba con ser astronauta. Quiero hablar del espacio personal de cada cual. Amo mi espacio personal y me pone loca que me lo invadan. La pandemia cambió algunas de mis costumbres. Por ejemplo los sábados solía levantarme a las 2 de la tarde, durmiera o no. Era el placer de quedarme en la cama. A partir de marzo 2020 los sábados se convirtieron en el día que voy a la casa de mis viejos antes a llevarles provisiones ahora sólo a almorzar. Así que me levanto un poco antes de esa hora.
Una de las maravillas de la tecnología que detesto es lo intrusivo de los diferentes mensajeros: whatsapp, signial, telegram, messenger, sms, icq y las palomas mensajeras ¡todo me agobia! Es que estás viendo una película o leyendo un libro o escuchando música con la vista puesta en la nada misma y… ¡pum! suena el artefacto. Y con el sonido, una catarata de demandas de todo tipo. ¡Inmediatez le dicen!… ¡Yo amo el correo electrónico!
Una mañana de 2019, era marzo o abril, encendí el celular y me encontré con 785 mensajes ¡Sí, setecientos ochenta y cinco! desde la noche anterior. Muchos con archivos adjuntos de documentos de temas que estaban tratando algunos de los grupos, en los que estaba por ser la persona de prensa de la Alianza Evangélica Latina en ese momento. Pero también de amistades, de familiares, de vecinos, de la sociedad de fomento, de clientes y de gente de mi iglesia. ¡Colapsé! Y eso que la mayoría estaban silenciados. Pero dije: ¡basta! Me bajé de cuánto grupo estaba con la excusa que me iba a España a trabajar en la preparación del FestiMadrid, el último festival de Luis Palau y de Rubén Proietti (¡qué significativo se me volvió hoy ese tiempo!).
Y ahí arranqué a bajarme de todo lo que podía. Estaba en alrededor de 54 grupos de personas por whatsapp. Lo bajé a menos de 10. Aún en sacrificio de no enterarme de ciertas cosas necesarias. También a costa que algunas personas se enojaran y no entendieran. Llegué a España con el whatsapp semi vacío. Fue un gran alivio. Pero todavía había personas con las que trabajaba en ese momento que no entendían de horarios, mucho menos cuando de golpe yo pasé a tener 4 o 5 horas más que en la Argentina. ¡Pobre mi amigo, Carlos Barbieri! Él estaba en Miami y yo reportaba algunos temas con él. Le escribía al mediodía madrileño y que en Miami eran las 6 de la mañana. ¡Y me respondía! Carlos, nunca te pedí disculpas por eso. ¡Millones de perdones!
Por años mis horarios fueron un desastre, a veces vuelven a serlo. Empezaba a trabajar a las 9 de la mañana y terminada a las 2 de la mañana siguiente. Me sentía esclava. Con un estrés que cada vez crecía más y más. Tengo por ahí un libro que habla del tema tiempo y si mal no recuerdo el título decía algo así como “Libres de tiranía del tiempo”. ¡Tengo que buscarlo y releerlo!
Todas estas experiencias y debido a que trabajé durante dos meses para una política en este 2021, obtuve una segunda línea de celular. La dejé para mi familia y algunos amigos muy cercanos, con quienes interactúo cotidianamente. Aprendí a apagar la línea principal a cierta hora y volverla a encender al día siguiente. Nadie se quejó. Si no estoy, no estoy. Es sano sentir que tu espacio personal lo manejas vos y no las circunstancias, o las demandas de los demás.
Ahora ¿qué hacemos con nuestro espacio personal? A mí, España sobre todo y el bajarme de tanto whatsapp, me ayudó a ordenar mi tiempo y espacio con Dios. A llevar un tiempo exclusivo para meditar en la lectura de la Biblia, orar y estar a solas en la presencia de Dios. ¿Te animas a desconectarte para conectarte más?…
Lizzie Sotola