Hace tiempo que no escribo por aquí, pero ahora volví…
Estaba reflexionando sobre las redes sociales y su implicancia. Seguimos creyendo que es un círculo cerrado, pero en verdad es todo lo contrario. Cuando estudiaba en la Universidad la discusión de café solía ser “virtualidad vs. presencialidad”. Hoy la vida puede llegar a ser más virtual que real o presencial. Cada día surge una red nueva para socializar, como si con lo que ya existe no alcanzara. Lo peor es cómo se alimentan el chisme y la exacerbación a la imagen.
Hace unas horas me quedé de una pieza como sin quererlo. Recibí de un amigo la información acerca de otro amigo mío (el primero no conoce al segundo) y me lo mencionó porque el amigo #2 hablaba sobre una situación personal, donde mencionaba a una empresa con la cual estuve relacionada por muchos años. Algo pasó que la comunicación que debió ser privada salió por las vías públicas de una red que recién comienza a darse a conocer. Quizás haya sido un error de conceptos, un problema técnico o la incapacidad de mantener una conversación privada por desconocimiento de la plataforma. Lo que quiero focalizar es en la exposición que hacemos en las redes sociales. Siempre hubo un prurito de comentar problemas personales en una fiesta de un amigo, porque seguramente un amigo de nuestro amigo puede perjudicar, a sabiendas o no, nuestra situación frente al “boquear descontroladamente”. Lo mismo sucede en las redes sociales. Nos dirigen el rumbo de acuerdo a la información que pongamos a disposición para que todo el mundo sepa, conozca y manipule.
Sigo sosteniendo que la virtualidad tiene un no sé qué que me atrae, pero también que debemos saber muy bien hasta donde exponemos nuestra vida privada y dejamos que todo el mundo conozca nuestro mundo privado, personal e intransferible hasta el momento en que las redes sociales entraron en juego.