«¿Qué ves? ¿Qué ves cuando me ves?… cuando la mentira es la verdad» – canción popular
Cambalache
«Me hice actor para escaparme de mi propia personalidad» confesó George C. Scott, un genio de la imagen, del cine, de la ilusión. Un hombre que con su actuación ganó el respeto de Hollywood. ¡Qué pena tan grande escuchar de sus labios semejante declaración! Dice un tango argentino —que más que un tango-canción es un himno muy popular:
Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor,
ignorante, sabio, chorro,
generoso, estafador.
Todo es igual; nada es mejor;
lo mismo un burro que un gran profesor.
¡Y sí! Claro que usamos nuestra envestidura pastoral para mostrar lo que no somos, como George Scott.
¿Es usted un farsante?
Es fácil averiguarlo. Pregúntese: ¿Me descubro haciendo cosas que no son genuinas en mí? ¿Tengo la sensación de que no soy quien proyecto ser? ¿Me conocen los demás tal y como soy? ¿Soy culpable de ser artificial? Todos admitimos que no encajamos en el modelo que nos hemos imaginado de nosotros mismos ¿verdad? Muchas veces me he encontrado hablando con mis seres queridos y me he sentido «al descubierto» porque ellos con amor me ayudan a encarar con lo que no quiero ver de mí y que tan lúcidamente oculto a mí misma. Si total, hoy, mientras que goce de «buena prensa» frente a mis colegas y mis subalternos me endiosen «está todo bien» —como suelen decir mis adolescentes. Mientras que no muestre mi debilidad y me vea como una persona «ungida y con autoridad sacro-santa» ¿qué problema hay? Sí, hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor…
Ayer meditamos en la regla de oro, y casi al pasar miramos cómo llamó Jesús a quienes no ven la viga que tienen en sus ojos: ¡HIPOCRITAS! La palabra en el griego se refería al actor que interpretaba la tragedia griega en el ágora artística. Hoy, en español, un hipócrita es alguien que se muestra como lo que no es, alguien que simula ser mejor de lo que realmente es.
«En el crisol se prueba la plata y en el horno se prueba el oro, pero el corazón lo prueba el Señor» – Proverbios 17.3 (nvi)
Nuestra honestidad es probada por el Señor. No tenemos problema en distinguir entre el negro y el blanco, es el gris de nuestra conducta el que nos lo ocasiona . Incontables veces hemos emitido un juicio moral hacia otros, pero pocas veces hacia nosotros mismos. Para sentirnos moralmente honestos, solemos tener una lista de razones aceptables de lo que hicimos o excusas convenientes para justificar las acciones omitidas. Si hacemos de este juego mental un hábito, se convertirá en una práctica no conciente y hasta será muy aceptable. Con el pasar del tiempo, en nuestras relaciones con los demás, habremos perdido la noción de lo verdadero y lo falso. Sin embargo, el reflejo de Dios mediante su Santa Palabra nos muestra que verdaderamente no hemos sido del todo honestos. Razón más que valedera para que seamos probados por el Espíritu Santo de Dios que nos convence de todo pecado.
Ahora, usted puede decirme: «Pero… ¡soy líder! Yo conozco estas cosas.» Y es verdad, pero muchas veces olvidamos volver a la fuente que es nuestro manual de vida. Más de lo que quisiéramos reconocer, nuestras acciones reflejan el juego inconsciente de distorsionar la realidad, y dejamos de ser honestos y nos volvemos en esos hipócritas que interpretan papeles estelares de nuestras propias «tragedias griegas» en la vida privada y en la vida eclesial.Recordemos, hoy, que no es lo mismo ser derecho que traidor, que nuestros corazones son probados por la Palabra de Dios.