La verdad que hubiese preferido salvar las ballenas pero me beneficié comiéndolas. Tuve un día muy pesado y la oferta de comer ballenas fue la única que recibí en el vuelo que tomé, casi 7 horas después de lo planeado.
Sí, perdí un vuelo y eso hizo que perdiera más tiempo en el aeropuerto de lo esperado. Me puse soberanamente nerviosa, estaba cansada y con hambre. Cuando, finalmente, pude tomar un vuelo rumbo a Atlanta, me senté en el avión y me trajeron unas galletitas como las que comprás en el zoo de Buenos Aires para los monos, con forma de ballenas que decía: “Save the whales or eat them now. You decide…” (Salve a las ballenas o cómaselas ahora. Usted decide). Tenía muchas ganas de salvar a una ballena, pero también ganas de comer y por ahí se coló las ganas de llorar. Debo confesar que no me gusta comerme las ballenas, y mucho menos perder un vuelo.
Ahora estoy esperando por mi vuelo a Akron-Canton, Oh. Tengo unas dos horas y media para esperar. Tengo sueño, ya no tengo hambre y me duele la cabeza. Al cansancio y estrés, se le agrega la ansiedad de llegar y mi deseo de estar con mis abuelos una vez más. Todavía sigo pensando en las ballenas. Es que me imaginé que todos los pasajeros estaban comiendo a estos hermosos mamíferos acuáticos. ¡Qué terrible! Creo que la próxima vez que alguien me diga “Save the Whales…” me voy a echar a reír o tal vez a llorar.
Del 29 de mayo de 2006