Estoy frente al televisor atornillada escuchando la historia de Sebastián o José, un pibe que fue arrebatado de su familia en la época oscura de Argentina, la de la barbarie organizada, la de una reorganización nacional que nos quitó a 33 mil hermanos y hermanas de las manos. Sebastián es hijo de desaparecidos.
Nunca me enteré que mientras yo miraba el mundial 78, enferma de paperas, desde la cama de mis viejos, en el país muchos lloraban a miles de desaparecidos. Lo más cercano con esa realidad es haber conocido a Rubén y Tere en la facultad. Después de mucho tiempo de trabajar con ellos Rubén una vez me contó que tiene una hermana desaparecida. Nunca más hablamos del tema y nunca más quise preguntar. Hoy esta historia me conmueve. Escucho a una abuela emocionarse al contar que Sebastián, o José como quería llamarlo su madre, volvió a la familia.
¡Es impactante! Se te congela la sangre, las lágrimas afloran y sentís que la respiración se te acelera. Te emocionás como si fueras parte de esa familia. ¡Es increíble! Ahora tengo ganas de insultar hasta el cansancio a los responsables. No se puede ser tan mala persona. No pudieron ser tan crueles. Esa abuela que recuperó a su nieto contaba que siempre creyeron que les iban a devolver al bebé y lo iban a poder criar y que al cabo de un tiempo, sus hijos llegarían nuevamente a la casa. ¡Pobre mujer! ¡Pobre familia! Tenían 3 mujeres embarazadas y chupadas. Una de ellas volvió y con su hijo, la otra no volvió pero sí le regresaron el hijo a la familia, y Sebastián, que después de 27 años regresó a casa. La abuela decía: “verlo a Sebastián fue como verlo al papá, pero con mayor edad que su papá, pero igualito. Abraza fuerte como abrazaba Quinto”.
No sé que me pasa por dentro. Normalmente no me dejo intimidar por estas historias, porque hay tantas en este bendito país, que si una te llega al alma te morís de la angustia. Hace tiempo que no me conmovía conocer una historia de la historia más oscura de mi país.
Hace dos meses o quizás tres, en la tele también ví la historia de Rita. Ella es hija de un torturador. ¡Qué loco! Rita militaba en la izquierda en mi facultad, siempre repudiando a los represores. Me puedo acordar las discusiones encarnizadas que sostenía. No fuimos amigas, pero nos conocíamos y nos respetábamos. Cuando la ví en la tele no lo podía creer. Denunció al padre cuando supo que era un represor. Se cambió el apellido. El viejo murió antes de la sentencia del cambio de apellido. Creo que aún el hombre nunca se enteró.
Es desgarrador ver a estas personas con la historia mutilada, arrebatada, con un pasado parafraseado encontrar la verdad de sus realidades y querer “recuperar el tiempo” como decía Federico, el primo de Sebastián que fue devuelto a sus abuelos cuando su madre fue “chupada por la poli”.
El lunes estuve en un programa de TV, el conductor me preguntó dónde empecé a ser periodista y yo le conté, que a los 3 o 4 años le relaté a mi tía, grabador de por medio, la muerte de José Ignacio Rucci, un sindicalista del pueblo. Un hombre que peleó contra esta represión y lo pagó con su vida.
No sé qué me pasa. Me da mucha bronca, me revela lo que esos hombres hicieron con una generación de un país como el mío. Pero esa bronca no queda en bronca, enojo o dolor. Esa bronca se canaliza en la esperanza de justicia divina. No le deseo el mal a nadie, pero confío en la justicia divina. Me acuerdo de Corrie Ten Boom, esa holandesa que ayudaba y refugiaba judíos durante la masacre Nazi. La misma que vio como violaban y mataban a su hermana, y que con mucho tiempo después se encontró con el ejecutor de esa muerte. En Alemania en 1947, se le acercó uno de los guardias más crueles del campo de Ravensbrück. Naturalmente, era reacia a perdonarle, pero se dijo a sí misma que sería capaz de hacerlo. Escribió que fue capaz después de perdonar, y que «durante un momento largo nos estrechamos las manos, el antiguo guardia y la antigua prisionera. Nunca había sentido tan intensamente el amor de Dios como lo sentí entonces». Es la historia de amor más impactante después de la de Jesús, que es la historia máxima de amor por entrega y de entrega por amor. A Corrie le costó, pero perdonó.
El camino para curar esta herida mortal en la historia de nuestro pueblo es, sin lugar a dudas, el amor expresado en perdón. ¡Que Dios cuide a cada pibe o piba que fue arrebatado de su familia! ¡Que cada familia alcance paz! Es mi más sincero deseo…
Y ¡paz! ¡Yo quiero paz para mi Argentina! Como se cerró el juicio a los responsables ¡NUNCA MÁS!
Lizzie, esta historia es desgarradora en verdad. Muchas veces debato en mi interior tanta injusticia, y sinceramente, no sé qué haría en el lugar de la familia de Sebastián o tantas personas dolientes. Lo único que sé es que, aunque se escuche como un antídoto de costumbre, para nosotros es una realidad, Dios está en control.
Sí, Keila, tenés razón. DIOS ESTÁ EN CONTROL.
¡Gracias por recordarlo! y otra vez, a los de mi pueblo, a los de mi nación… esto ¡NUNCA MÁS!