Leía esta mañana acerca de la pregunta de Jesús a dos discípulos de Juan el Bautista que lo seguían (Juan 1:38): “¿Qué quieren?” Y los tipos le respondieron: “¿dónde te hospedas?”…
El lugar en donde habitamos, donde somos. El espacio que ocupamos, el metro cuadrado alrededor de uno mismo dice todo lo que somos. Mis gestos, la forma en que me paro, como reacciono, el movimiento involuntario que hago al respirar. Hacia dónde miro, dónde fijo la vista. Mi actitud de escucha introspectiva y extropectiva. Mis deseos más íntimos y mis necesidades más viserales.
Me llamó la atención la respuesta de Jesús: “¡Vengan y vean!”. No hay nada que ocultar. ¡Si, claro! Es Dios, el Mesías encarnado. El que no tiene ni defectos ni manchas. Pero el que nos mostró el camino de ser, o cómo ser. De eso se trata. De no ocultarse, de no esconder lo que somos. Y de entender que a pesar mío, Dios me ama.
Ante la pregunta de Jesús mi respuesta es: “no dejes de mirarme. Yo quiero estar allí a donde vos estás”.