En el nombre del amor

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Cuenta la historia que una vez un hombre había llegado a cierto lugar con el fin de conquistarlo todo. Su deseo de poder y dominio fue tan grande que comenzó a engañar a diesta y a siniestra, sin pensar en el daño que estaba ocasionando.

Comenzó por integrarse en un pequeño grupo de administración para un campo perteneciente a un grupo religioso. Siendo laico ganó espacio para administrar mucho más que un simple campo, con el tiempo logró ponerse al frente de aquel grupo practicante.

Mientras escalaba sin escalas, ni tampoco escrúpulos, fundió dos empresas donde trabajó, se trasladó de ciudad, abandonando a su familia por casi un año y elucubró las peores pesadillas para decenas de obreros y algunos cientos de socios de aquella agrupación. Despidió sin miramientos ni compasión a personas que no eran de su agrado. Acusó malvadamente de perversiones a cuanta persona se le cruzaba en el camino, como reflejando en los demás lo que esta persona ha hecho en la vida. No haciéndose responsable de sus elucubraciones más inicuas.

En el camino quedaron algunas personas muy cercanas a él, como familiares, amigos que alguna vez le ayudaron a no pasar hambre. A esos que le ofrecieron casa, comida, auto o una beca de estudios superiores. Este hombre malo sólo mordía una y otra vez la mano de quien le ofrecía asistencia sincera. La ambición de poder fue tan grande que cruzó fronteras, hasta llegar al seno de la organización religiosa que por años explotó inventándose cargos rentados, y haciendo un lobby fino (y no tanto… sino a fuerza de extorsiones espurias). Era tan malvado que no le importó hablar y destruir con su boca a quienes lo ayudaron tantas veces desinteresadamente. No le importó decir que su propia familia estaba enferma… ¿no sería que él la habría enfermado? Realmente es una certeza que todo el mundo que le conoce, lo dice a gritos. Vació arcas con la excusa de defender los intereses económicos de la organización religiosa que como tal sólo debería preocuparse de las personas. O al menos ésta debería ser su principal interés y ocupación, pero no. Primero los bienes materiales valuados en más de un millón, con un grupo societario que a duras penas llegan a los mil y a quienes se despluma como ave rastrera.

Como no le alcanzaba con dominar lo administrativo hizo que lo reconocieran ya no como laico, sino como líder religioso. Haciéndose llamar ministro. Título que no le cabe por ser un hombre que no conoce la piedad, no tiene en orden su familia, y ha tratado cruelmente con una decena de familias de otros ministros religiosos, aquellos que no fueron de su agrado. Así fue que de la noche a la mañana hizo realidad su sueño: comenzar a dominar en el ámbito de las decisiones de orden espiritual. Como no podía detentar tanto poder él sólo, comenzó a integrar a otros tan crueles y faltos de caridad. Hicieron echar de aquel viejo campo al administrador, amigo y confidente de tantos años por ser viejo. Como tantas otras acciones de este tipo. Ante un mundo que necesita y se alimenta de competitividades, sacó del medio a quien había mantenido el lugar con dedicación, esmero, eficiencia y afecto durante una treintena de años. El puesto de regente lo heredó alguien de la familia de aquel cansado y viejo hombre de valor que soportó tanta humillación por parte de quien había considerado su amigo. También la vida de este nuevo veedor de aquel campo fue explotado con más crueldad y tenacidad. Pisoteando y avasallando derechos y olvidando obligaciones, no sólo legales, sino también morales, espirituales y humanitarias.

Hoy, también ha logrado echar al “heredero” del trabajo administrativo. A cambio de un hombre de fe, de trabajo, con una familia bien constituida puso a cargo a un vago, ladrón, promiscuo, ladrón, inútil, adultero e inescrupuloso administrador. Con varios puntos en común con el hombre que llegó a este lugar para conquistarlo todo. Como si fuera un calco en un noventa por ciento.

Así es, vivimos en un mundo en el cual todo está al revés. Los valores bíblicos son cambiados por competitividades de una forma despiadada y brutal. Donde se declara que si una persona no tiene una abultada cuenta bancaria es porque está en pecado. Mientras la realidad es que, además, de haber despedido sin justificativos habían explotado a la familia del joven trabajador. Tensiones, presiones, esclavitud moral y opresión espiritual. La otra cara de la moneda es que quien dice tal cosa ha olvidado que fundió empresas, tuvo hambre y quien más de una vez le pagó la olla fue aquel viejo hombre de campo y su familia. Obviamente, quien no tiene escrúpulos, dice tal cosa y tiene un buen porque viene robando sistemáticamente desde hace casi 25 años.

Quizás muchos se estarán preguntando quién es esta cizaña que crece entre el trigo, que en nombre del amor perpetra tanto mal y no permite que todo aquello que lo rodea sea sano, puro y noble. No es importante decir, ni saber quién es, sino qué hace. Porque amamos al pecador, pero despreciamos el pecado. Todo esto lo traigo a cuenta de pensar en dónde estamos, qué cosas nos movilizan. Para pensar que no podemos seguir con el mazo dando, sino que hemos sido llamados para amar sin esperar nada a cambio. No podemos tratar las cuestiones espirituales con métodos no espirituales.

Es muy vigente, más que nunca, aquello que dice la Biblia: “el que crea estar firme, mire que no caiga“.

Finalmente quiero decir que toda coincidencia con la realidad es un acto de mera casualidad. Todo reclamo, relación que el lector pueda efectuar queda en su conciencia y responsabilidad, lo que indicaría que estas cosas son más comunes de lo que nos imaginamos.

Lizzie Sotola
Periodista.
Observadora de la realidad
que la circunda

3 comentarios de “En el nombre del amor”

  1. Ya hablaste antes de esta situación hace unos meses si no me equivoco. Me pregunto hasta cuando seguiran estos escritos. Nadie los lee o es que estás ensañada y no dejas de escribir porque de alguna manera tienes que destilar tinta????
    De todas maneras es atroz el relato. La vida muchas veces supera a la realidad, si esto es tal y como lo cuentas, no dudo que así sea!

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